La valoración de las diferencias
(mentales, emocionales, psicológicas) es la esencia de la sinergia. Y la clave
para valorar esas diferencias consiste en comprender que todas las personas ven
el mundo no como es, sino como son ellas mismas.
Si yo viera el mundo como es, ¿de qué
me serviría valorar las diferencias? ¿Por qué habría de molestarme siquiera en
prestar atención a alguien que está «fuera del camino»? Mi paradigma es que soy
objetivo; veo el mundo tal como es. Todos los otros se dejan enterrar por las
minucias, pero yo veo todo el cuadro. Por ello me llaman «supervisor»: tengo
una «supervisión».
Con ese paradigma nunca seré
efectivamente interdependiente, ni siquiera efectivamente independiente. Me
limitarán los paradigmas de mi propio condicionamiento.
La persona verdaderamente efectiva
tiene la humildad y el respeto necesarios para reconocer sus propias limitaciones
preceptúales y apreciar los ricos recursos que pone a su disposición la
interacción con los corazones y las mentes de otros seres humanos. Esa persona
valora las diferencias porque esas diferencias acrecientan su conocimiento, su
comprensión de la realidad. Librados a nuestras propias experiencias, constantemente
padecemos una insuficiencia de datos.
¿Es lógico que dos personas disientan y
que ambas tengan razón? No es lógico, es psicológico. Y es muy real.
Usted ve al Quijote de la Mancha y a Sancho Panza, yo veo sólo el rostro del Quijote. Los dos miramos el mismo dibujo, y
los dos tenemos razón. Vemos los mismos trazos, las mismas formas. Pero los interpretamos de diferente modo, porque hemos sido
condicionados para ello.
A menos que valoremos las diferencias
de nuestras percepciones, a menos que nos valoremos recíprocamente y creamos en
la posibilidad de que ambos tengamos razón, de que la vida no sea siempre un «o
esto o aquello» dicotómico, de que casi siempre hay terceras alternativas,
nunca podremos trascender los límites de ese condicionamiento.
Lo único que yo puedo ver es al Quijote. Pero comprendo que usted vea alguna otra cosa. Y lo valoro. Valoro su
percepción. Quiero comprender.
De modo que cuando tomo conciencia de
la diferencia de nuestras percepciones, digo: « ¡Bien! Usted lo ve de otro
modo. Ayúdeme a ver lo mismo que usted».
Si dos personas tienen la misma
opinión, una de ellas es innecesaria. Para mí no representaría ninguna ventaja
comunicarme con alguien que sólo ve a la anciana. No necesito hablar,
comunicarme, con alguien que esté de acuerdo conmigo; quiero comunicarme con
usted porque ve las cosas de modo diferente. Valoro esa diferencia.
Al hacerlo, no sólo aumento mi propia
conciencia; también lo estoy afirmando. Le ofrezco aire psicológico. Retiro el
pie del freno y libero la energía negativa que usted tal vez haya invertido en
la defensa de una posición particular. Creo un ambiente para la sinergia.
Fragmento Adaptado del libro "Los 7 hábitos de la Gente Altamente Efectiva" de Stephen Covey