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El Blog para emprendedores

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viernes, 26 de octubre de 2012




La valoración de las diferencias (mentales, emocionales, psicológicas) es la esencia de la sinergia. Y la clave para valorar esas diferencias consiste en comprender que todas las personas ven el mundo no como es, sino como son ellas mismas.

Si yo viera el mundo como es, ¿de qué me serviría valorar las diferencias? ¿Por qué habría de molestarme siquiera en prestar atención a alguien que está «fuera del camino»? Mi paradigma es que soy objetivo; veo el mundo tal como es. Todos los otros se dejan enterrar por las minucias, pero yo veo todo el cuadro. Por ello me llaman «supervisor»: tengo una «supervisión».

Con ese paradigma nunca seré efectivamente interdependiente, ni siquiera efectivamente independiente. Me limitarán los paradigmas de mi propio condicionamiento.

La persona verdaderamente efectiva tiene la humildad y el respeto necesarios para reconocer sus propias limitaciones preceptúales y apreciar los ricos recursos que pone a su disposición la interacción con los corazones y las mentes de otros seres humanos. Esa persona valora las diferencias porque esas diferencias acrecientan su conocimiento, su comprensión de la realidad. Librados a nuestras propias experiencias, constantemente padecemos una insuficiencia de datos.



¿Es lógico que dos personas disientan y que ambas tengan razón? No es lógico, es psicológico. Y es muy real. Usted ve al Quijote de la Mancha y a Sancho Panza, yo veo sólo el rostro del Quijote. Los dos miramos el mismo dibujo, y los dos tenemos razón. Vemos los mismos trazos, las mismas formas. Pero los interpretamos de diferente modo, porque hemos sido condicionados para ello.

A menos que valoremos las diferencias de nuestras percepciones, a menos que nos valoremos recíprocamente y creamos en la posibilidad de que ambos tengamos razón, de que la vida no sea siempre un «o esto o aquello» dicotómico, de que casi siempre hay terceras alternativas, nunca podremos trascender los límites de ese condicionamiento.

Lo único que yo puedo ver es al Quijote. Pero comprendo que usted vea alguna otra cosa. Y lo valoro. Valoro su percepción. Quiero comprender.

De modo que cuando tomo conciencia de la diferencia de nuestras percepciones, digo: « ¡Bien! Usted lo ve de otro modo. Ayúdeme a ver lo mismo que usted».

Si dos personas tienen la misma opinión, una de ellas es innecesaria. Para mí no representaría ninguna ventaja comunicarme con alguien que sólo ve a la anciana. No necesito hablar, comunicarme, con alguien que esté de acuerdo conmigo; quiero comunicarme con usted porque ve las cosas de modo diferente. Valoro esa diferencia.

Al hacerlo, no sólo aumento mi propia conciencia; también lo estoy afirmando. Le ofrezco aire psicológico. Retiro el pie del freno y libero la energía negativa que usted tal vez haya invertido en la defensa de una posición particular. Creo un ambiente para la sinergia.



Fragmento Adaptado del libro "Los 7 hábitos de la Gente Altamente Efectiva" de Stephen Covey

viernes, 12 de octubre de 2012



Para reflexionar:

Una tortuga y una liebre  siempre discutían sobre quién era más rápida.
Para dirimir el argumento,  decidieron correr una carrera. Eligieron una ruta y comenzaron la competencia.  La liebre largó a toda velocidad y corrió enérgicamente durante algún tiempo.  Luego, al ver que llevaba mucha ventaja, decidió sentarse bajo un árbol para  descansar un rato, recuperar fuerzas y luego continuar su marcha. Pero pronto se  durmió. La tortuga, que andaba con paso lento, la alcanzó, la superó y  terminó  primera, declarándose vencedora indiscutible.

Moraleja: Los lentos y  estables ganan la carrera.
Pero la historia no termina  aquí...

La  liebre, decepcionada tras haber perdido, hizo un examen de conciencia y reconoció sus errores. Descubrió que había perdido la carrera por ser presumida  y descuidada. Si no hubiera dado tantas cosas por supuestas, nunca la hubiesen  vencido. Entonces, desafió a la tortuga a una nueva competencia. Esta vez, la  liebre corrió de principio a fin y su triunfo fue evidente.

MoralejaLos rápidos y tenaces vencen a los lentos y  estables.
Pero la historia tampoco termina  aquí...


Tras  ser derrotada, la tortuga reflexionó detenidamente y llegó a la conclusión de  que no había forma de ganarle a la liebre en velocidad. Como estaba planteada la  carrera, ella siempre perdería. Por eso, desafió nuevamente a la liebre, pero  propuso correr sobre una ruta ligeramente diferente. La liebre aceptó y corrió a  toda velocidad, hasta que se encontró en su camino con un ancho río. Mientras la  liebre, que no sabía nadar, se preguntaba "¿qué hago ahora?", la tortuga  nadó hasta la otra orilla, continuó a su paso y terminó en primer lugar.

Moraleja: Quienes  identifican su ventaja competitiva (saber nadar) y cambian el entorno para  aprovecharla, llegan primeros.
Pero la historia tampoco termina  aquí...


El  tiempo pasó y tanto compartieron la liebre y la tortuga, que terminaron haciéndose buenas amigas. Ambas reconocieron que eran buenas competidoras y decidieron repetir la última carrera, pero esta vez corriendo en equipo. En la  primera parte, la liebre cargó a la tortuga hasta llegar al río. Allí, la  tortuga atravesó el río con la liebre sobre su caparazón y, sobre la orilla de  enfrente, la liebre cargó nuevamente a la tortuga hasta la meta. Como alcanzaron  la línea de llegada en un tiempo récord, sintieron una mayor satisfacción de  aquella que habían experimentado en sus logros
individuales.

Moraleja: Es bueno ser  individualmente brillante y tener fuertes
capacidades personales.

Pero, a  menos que seamos capaces de trabajar con otras personas y potenciar  recíprocamente las habilidades de cada uno, no seremos completamente  efectivos.
Siempre existirán situaciones para las cuales no estamos  preparados y que otras personas pueden enfrentar mejor.

Es importante advertir que,  ni la liebre ni la tortuga, abandonaron la carrera. La liebre evaluó su  desempeño, reconoció sus errores y decidió poner más empeño después de su  fracaso. Por su parte la tortuga, al ver que la velocidad era su debilidad,  decidió cambiar su estrategia y aprovechar su fortaleza como nadadora en un  nuevo recorrido. Después de varias contiendas, la tortuga y la liebre  descubrieron que unidas lograban mejores resultados.

Cuando afrontamos  un desafío, hay veces que es mejor tomarse las cosas con calma y confiar en uno  mismo. Otras, conviene esforzarse más allá de los propios límites. Otras, es más  efectivo cambiar la estrategia e intentar algo diferente. Y, también, hay veces  donde lo más apropiado es unirse con otras personas.
La liebre y la  tortuga también aprendieron otra lección vital: cuándo dejamos de competir  contra un rival y comenzamos a competir contra una situación,  complementamos capacidades, compensamos defectos, potenciamos nuestros  recursos... y obtenemos mejores resultados!

Hay muchas  liebres, muchas tortugas... y ¡muchas metas que alcanzar!


viernes, 5 de octubre de 2012


Hemos confiado la regla de oro a la memoria; ahora confiémosla a la vida.
EDWIN MARKHAM



En una oportunidad me pidieron que trabajara con una compañía a cuyo presidente le preocupaba mucho la falta de cooperación entre su personal.

«Nuestro problema básico, Stephen, es que son egoístas», me dijo. «Sencillamente no quieren cooperar. Si lo hicieran, sé que podríamos producir mucho más. ¿Puede usted ayudarnos a elaborar un programa de relaciones humanas que resuelva el problema?»

«¿Su problema es la gente o el paradigma?», le pregunté.

«Véalo usted mismo», fue la respuesta.

Así lo hice. Y descubrí que existía un egoísmo real, una falta de voluntad para cooperar, resistencia a la autoridad, comunicaciones defensivas. Comprendí que la cuenta bancada emocional al descubierto había creado una cultura de baja confianza.

«Profundicemos en la cuestión», sugería. «¿Por qué su personal no coopera? ¿Cuál es la recompensa por no cooperar?»

«No hay ninguna recompensa por no cooperar», me aseguró. «Las recompensas por cooperar son mucho mayores.»

«¿Lo son?», insistí. En una pared de la oficina de aquel hombre había un gran cuadro cubierto por una cortina. 

En el cuadro se veían unos cuantos caballos de carrera alineados en una pista. En lugar de cabezas, los caballos tenían las caras de los gerentes. Al final de la pista había un hermoso cartel de agencia de viajes con un paisaje de las Bermudas, un panorama idílico con el cielo azul, jirones de nubes y una romántica pareja que caminaba tomada de la mano por una playa de arena blanca.

Una vez a la semana, el hombre reunía a su personal en aquella oficina y hablaba sobre la cooperación.
«Trabajemos juntos. Si lo hacemos, todos ganaremos más dinero.» Después retiraba la cortina y les enseñaba
el cuadro. «¿Quién de ustedes va a ganar el viaje a las Bermudas?»

Eso era como pedirle a una flor que creciera y regar otra, como decir «Los despidos continuarán hasta que suba la moral». Él quería cooperación. Quería que su gente trabajara conjuntamente, que compartiera ideas, que todos se beneficiaran con el esfuerzo. Pero al mismo tiempo los ponía en una situación de competencia. El éxito de un gerente significaba el fracaso de los otros.

El problema de esa compañía era el resultado de un paradigma defectuoso, como suele ocurrir con muchos problemas entre personas en la empresa, en la familia y en otros tipos de relación. El presidente pretendía obtener los frutos de la cooperación partiendo de un paradigma de competencia. Y como no lo conseguía, quería una técnica, un programa, un arreglo rápido que actuara como antídoto e hiciera que su personal cooperara.

Pero no se puede cambiar el fruto sin cambiar la raíz. Trabajar sobre las actitudes y conductas equivale a arrancar las hojas del árbol. De modo que, en cambio, debemos concentrarnos en producir una excelencia personal y organizacional de un modo enteramente diferente, creando sistemas de información y recompensa que refuercen el valor de la cooperación.

Sea uno el presidente de una compañía o el portero, en el momento en que pasa de la independencia a la interdependencia, avanza hacia un rol de liderazgo. Se encuentra en la posición de influir sobre otras personas. Y el hábito del liderazgo interpersonal efectivo es «pensar en ganar/ganar».


Obtenido de: LOS 7 HÁBITOS DE LA GENTE ALTAMENTE EFECTIVA de Stephen Covey