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El Blog para emprendedores

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viernes, 21 de septiembre de 2012



Un modo de determinar cuál es nuestro círculo de preocupación consiste en distinguir los «tener» y los
«ser». El círculo de preocupación está lleno de «tener»:

«Me sentiré contento cuando tenga casa propia».
«Si tuviera un jefe que no fuera tan dictador...»
«Si tuviera una esposa más paciente...»
«Si tuviera un hijo más obediente...»
«Si ya tuviera mi título...»
«Si tuviera más tiempo para mí...»

El círculo de influencia está lleno de «ser»: puedo ser más paciente, ser sensato, ser cariñoso. El foco está en el carácter.

Siempre que pensemos que el problema está «allí afuera», este pensamiento es el problema. Otorgamos a lo que está ahí fuera el poder de controlarnos. El paradigma del cambio es entonces «de afuera hacia adentro»: lo que está afuera tiene que cambiar antes que cambiemos nosotros.

El enfoque proactivo consiste en cambiar de adentro hacia afuera: ser distinto, y de esta manera provocar un cambio positivo en lo que está allí afuera: puedo ser más ingenioso, más diligente, más creativo, más cooperativo.

Uno de mis relatos favoritos aparece en el Antiguo Testamento, y constituye una parte fundamental de la trama de la tradición judeocristiana. Es la historia de José, vendido como esclavo en Egipto por sus hermanos a la edad de diecisiete años. Podemos imaginar lo fácil que le hubiera resultado consumirse en la autocompasión como siervo de Potifar, obsesionarse con las maldades de sus hermanos y sus nuevos amos, y con todo lo que no tenía. Pero José fue proactivo. Trabajó sobre el ser. Y al cabo de poco tiempo, estaba a cargo de la casa de Potifar y de todo lo que Potifar tenía, por la confianza que supo despertar en él.

Llegó el día en que José cayó en una situación difícil y se negó a comprometer su integridad. Como consecuencia, fue encarcelado injustamente durante trece años. Pero volvió a ser proactivo. Trabajó en el círculo interior, en el ser y no en el tener, y pronto estuvo a cargo de la administración de la cárcel y finalmente de toda la nación egipcia, solamente subordinado al faraón.

Sé que esta idea constituye para muchas personas un cambio dramático de paradigma. Es mucho más fácil culpar a los otros, al condicionamiento o a las condiciones por nuestra propia situación de estancamiento. Pero somos responsables —tenemos «habilidad de respuesta»— de controlar nuestras vidas y de influir poderosamente en nuestras circunstancias trabajando sobre el ser, sobre lo que somos.

Si tengo un problema en mi matrimonio, ¿qué es lo que gano mencionando continuamente los pecados de mi esposa? Al decir que no soy responsable, hago de mí una víctima impotente; me inmovilizo en una situación negativa. También reduzco mi capacidad para influir en ella: mi actitud de regañar, acusar y criticar simplemente hace que ella se sienta ratificada en sus propias flaquezas. Mi capacidad para influir positivamente en la situación se va desvaneciendo y desaparece.

Si realmente quiero mejorar la situación, puedo trabajar en lo único sobre lo que tengo control: yo mismo. Puedo dejar de pretender poner en orden a mi esposa y trabajar sobre mis propios defectos. Puedo centrarme en ser un gran esposo, una fuente de amor y apoyo incondicionales. Con suerte, mi esposa sentirá el poder del ejemplo proactivo y responderá con la misma moneda. Pero, lo haga o no, el modo más positivo en que yo puedo influir en mi situación consiste en trabajar sobre mí mismo, sobre mi ser.

Hay muchos otros modos de trabajar en el círculo de influencia: ser un mejor oyente, un esposo más afectuoso, un mejor estudiante, un empleado más cooperativo y dedicado. A veces lo más proactivo a nuestro alcance es ser feliz, sonreír auténticamente. La felicidad, como la desdicha, es una elección proactiva. Hay cosas, como el clima, que nunca estarán dentro de nuestro círculo de influencia. Pero una persona proactiva puede llevar dentro de sí su propio clima psíquico o social. Podemos ser felices y aceptar lo que está más allá de nuestro control, mientras centramos nuestros esfuerzos en las cosas que podemos controlar.



Obtenido de: Los 7 hábitos de la Gente Altamente Efectiva, de Stephen Covey

viernes, 14 de septiembre de 2012




Nuestra naturaleza básica consiste en actuar, no en que se actúe sobre nosotros. Esto nos permite elegir nuestras respuestas a circunstancias particulares, y además nos da poder para crear las circunstancias.

Tomar la iniciativa no significa ser insistente, molesto o agresivo. Significa reconocer nuestra responsabilidad de hacer que las cosas sucedan.

A lo largo de los años frecuentemente he tenido la oportunidad de asesorar a personas que querían conseguir mejores empleos; les he aconsejado mostrar más iniciativa: hacerse administrar tests de intereses y aptitudes, estudiar la industria, incluso los problemas específicos que afrontan las organizaciones, y que después elaboren una exposición efectiva para demostrar de qué modo sus capacidades pueden ayudar a resolver las dificultades de la organización. Esto se llama «venta de la solución» y es un paradigma clave del éxito comercial.

La respuesta es, por lo general, el acuerdo: la mayoría de las personas advierten cuan poderosamente ese enfoque acrecienta sus posibilidades de encontrar empleo y progresar.  Pero muchas de ellas no daban los pasos necesarios, no tomaban la iniciativa para llevar esa técnica a la práctica.

«No sé a dónde ir para someterme a los tests de intereses y aptitudes.»
« ¿Cómo estudiar los problemas de la industria y la organización? Nadie quiere ayudarme.»
«No tengo la menor idea de cómo se realiza una exposición efectiva.»

Muchas personas esperan que suceda algo o que alguien se haga cargo de ellas. Pero las personas que llegan a ocupar los buenos puestos son las proactivas, aquellas  que son soluciones para los problemas, y no problemas ellas mismas, que toman la iniciativa de hacer siempre lo que resulte necesario, congruente con principios correctos, y finalmente realizan la tarea.

Cuando alguien de nuestra familia, aunque sea uno de nuestros hijos más pequeños, adopta una posición irresponsable y espera que  algún otro se enfrente con las cosas o proporcione una solución, le decimos «¡Usa tus R’s e I’s!» (Recursos e Iniciativas). En realidad, antes que nosotros digamos nada, suele ocurrir que el quejoso se responda a sí mismo: «Ya lo sé... Tengo que usar mis R’s e I’s».

Mantener a las personas en el curso de la responsabilidad no es humillante; es afirmativo. La proactividad forma parte de la naturaleza humana, y, aunque los músculos proactivos puedan encontrarse adormecidos, sin duda están en su lugar. Al respetar la naturaleza proactiva de las otras personas, por lo menos les proporcionamos un reflejo claro, y no distorsionado, de su figura, en el espejo social.

Fuente: Los 7 hábitos de la Gente Altamente Efectiva, de Stephen Covey

viernes, 7 de septiembre de 2012




Seamos honestos: ¿Cuántas veces hemos rechazado el consejo o idea que nos dan nuestros padres, maestros o  cualquier otra persona y después hemos visto que ellos tenían la razón?

Es increíble. A diario nos llegan perlas de gran valor envueltas en pañuelos, y que despreciamos por su apariencia o por su mensajero. Otras veces somos tan ciegos que ni aunque nos pellizquen las vemos. Así pasa con muchas de las buenas palabras que emitimos a diario, unos las desperdician y otros la aprovechan.

Ahora bien ¿y qué cuando somos nosotros los emisores de estos buenos mensajes? Es decepcionante, triste y a veces irritante que nos ignoren, ¿cierto? Y lo es más si tenemos en cuenta que muchos otros engañan a la gente y sacan provecho de su credulidad.

¿Cuál es la clave entonces para persuadir?

Aristóteles, padre de la retórica (arte de persuadir), nos dice que esta depende de 3 aspectos esenciales:

Ethos- Carácter del emisor

Logos- El Mensaje

Pathos- Emociones del receptor

En resumen, para persuadir a alguien de hacer algo debemos proyectar confiabilidad y buenas intenciones (y no sólo proyectarlas sino tenerlas); elegir el mensaje adecuado (con argumentos racionales y convincentes) y por último, despertar el factor emocional en las personas (lograr que nuestro mensaje toque sus “fibras más sensibles”).

Otros factores relevantes: el tiempo, el lugar y el medio (verbal, escrito, etc.)

Si logramos persuadir a alguien a que sea mejor,
Que transforme su realidad,
O que no cometa el error de su vida
Seremos felices porque la perla que compartimos se ha multiplicado
Ahora nos pertenece a ambos.